LA CIUDAD DE CÁDIZ

¿Qué día es hoy? ¿Por qué hace tanto frío? ¿Cómo llegué aquí? ¿Qué fue lo que pasó? ¿Elizabeth, eres tú? ¡Por favor, ven! ¡No te vayas! Tengo miedo, mi cuerpo está caliente, y el dolor de cabeza es insoportable, ni siquiera logro controlar el llanto. Se siente como el final…

Los días no terminan. Desde que te marchaste, te llevaste mis ganas de vivir, de despertar, de trabajar, de tomar el café por las mañanas e incluso le arrebataste las ganas de seguir latiendo a mi corazón, tanto, que a veces me provoca fuertes dolores en el pecho, seguidos de llantos y sollozos. No estoy bien, lo sé, pues desde que no estás no he podido sacarme la idea de terminar con todo. Mi cuerpo está cansado, yo lo estoy, mis órganos lo están, mis pensamientos, mi andar y quizá hasta mi existencia, están hartos de tener que ver la vida sin aquella luz que emanabas, pues eras capaz de iluminar hasta la noche más oscura.

Hace dos años que te fuiste, pues esa enfermedad tan extraña que azotó Europa, logró quitarte la vida. Fue tan repentino e impactante, que al verte en ese estado y no poder hacer algo para ayudarte me llenaba de una gran impotencia.

Tu piel tan blanca y tersa como si de un ángel se tratase, comenzó a llenarse de esas malditas bubas negras que te causaban tanto dolor en el cuerpo y éstas acompañadas de una fuerte fiebre y dolores de cabeza.

Cuando duermo, logras aparecer dentro de mis sueños, a lo lejos escucho tu voz, pero luego, todo se torna en una gran pesadilla que me hunde en tus gemidos de agonía; yo sólo quería que pararas, me volvías loco, provocabas un sudor frío en todo mi cuerpo, tenía miedo y quería estar cerca de ti, pensaba que si te marchabas de este mundo también querría hacerlo, pues no veía una vida sin ti, mi pequeña Elizabeth, pero siempre estabas ahí, postrada en esa cama mientras me repetías que no debía acercarme a ti, y que por ninguna razón debía quitarme aquel extraño traje que lograba cubrir todo mi cuerpo.

Aún recuerdo la primera vez que te vi, estuve enamorado de ti por años sin que lo supieras. Jamás notaste mi presencia. De vez en cuando solías ir a la plaza de San Juan de Dios, mientras que yo sólo iba a admirar tu bello rostro y tu hermosa figura desde mi escondite, pues tu belleza provocaba un tremendo miedo en cada músculo de mi cuerpo. Lograbas intimidar a cualquiera con esa mirada tan profunda de ojos negros y cejas gruesas. Te extraño, Elizabeth.

Desearía poder regresar a aquel día en el que llegó ese barco al puerto de La Bahía de Cádiz y así, quizá, evitar tu muerte; pero tú, estabas tan emocionada, pues decías que traerían cosas nuevas como vestidos y joyas, sin embargo, ni tú, ni yo, ni las personas sabríamos que él sería el causante de nuestra desgracia. Al poco tiempo se empezó a escuchar que la gente estaba muriendo por alguna extraña razón, los vecinos comenzaron a rumorear que se trataba de algún castigo divino, mientras que yo sólo creía que era algo que tarde o temprano terminaría; pero aquellos síntomas que empezaron a presentar no eran normales, ni parecían ser de alguna enfermedad temporal, pues les despojaba de su vida en un lapso de tres o cuatro días. Inmediatamente sentí miedo, pues quería
cuidarte, sin embargo, los días pasaron tan rápido hasta que pude darme cuenta de que algo te había arrebatado de mis manos.

Fueron los comerciantes quienes más se vieron afectados, pues morían con frecuencia, tanto, que algunos ni siquiera lograban llegar con vida a la ciudad de Cádiz, sino que morían dentro del barco. Nadie sabía exactamente qué era lo que sucedía, o bien, cuál era la razón por la que ocurría todo esto.

Luego de dos años de vivir en esta pesadilla, los doctores dijeron que se trataba de las ratas o algo así, la verdad es que soy muy malo recordando este tipo de cosas, por otro lado, aún no logran encontrar la cura para este desastre. Algunos médicos creían que se trataba de un extraño desbalance dentro de nuestros cuerpos.

Los doctores vestían trajes muy raros y enormes máscaras con forma de un pico de cuervo, sin embargo, no cabe duda que las personas aseguraban su vida con ellos, pero estoy seguro de que la mayoría no tenía el conocimiento para tratar con todo esto, pues entre ellos existían algunos que ni siquiera eran doctores. La mayoría atendía a las personas con varas, y era gracioso, pues nadie podía brindar una atención médica de este modo. Sin duda ellos también tenían miedo.

Recuerdo haberle preguntado a mi amigo, Juan de Castilla, sobre aquellas máscaras tan raras que portaban, pero lo que más me sorprendió fue cuando dijo que dentro de ese pico de aproximadamente quince centímetros había más de cincuenta y cinco hierbas para evitar respirar el aire directamente.

Durante todo este tiempo, podías ver, a diario, cuerpos sin vida por toda la calle, pues quienes morían eran arrojados afuera de sus casas para que el carretón pudiera llevarlos a la fosa, además de quemar sus pertenencias y marcar sus casas como registro de la enfermedad. Cuando moriste me obligaron a sacar tu cuerpo de nuestro hogar. Además de una limpieza profunda de casi quince días; pero entendí que era lo mejor para mí, pues de haberte dejado aquí dentro, quizá, pude haberme contagiado también. Me hubiera gustado brindarte la despedida que merecías y no sólo tener que llevarte lejos de casa y arrumbarte dentro de una fosa. Me dueles tanto, Elizabeth…

Los contagios comenzaron a disminuir sólo un poco, con aquella acción de llevar los cuerpos a la fosa y envolverlos en un sudario de lino, además de verterles grandes cantidades de cal viva disuelta en agua, mientras que en las calles se quemaba madera de olivo, incienso o romero para así, limpiar el aire que se respiraba. Intenté seguir con mi vida, pero sin duda, me hacías falta.

Nadie podía volver a la normalidad, pues desde entonces nada se sentía igual, hacían falta nuestros seres queridos, todo se veía tan gris, no había sentido ante las cosas.

Cuando deseábamos salir, teníamos que caminar sobre los cuerpos de algunos conocidos, y uno que otro animal, además de las ratas. El olor que se percibía era tan penetrante a la ropa, pues era una unión de aromas entre la putrefacción de los cuerpos, las hierbas y en algunas ocasiones hasta a ropa quemada.

Luego de varios días, las personas comenzaron a llamarle, “La Peste Negra” o “Peste Bubónica” por lo mismo de los bubones o las manchas negras en la piel.

Hace unos días comencé a sentirme raro, no dudo que la enfermedad se haya apoderado de mí después de tanto tiempo… 18 de marzo.

El primer día tuve fiebre alta, además de escalofríos, el cuerpo me dolía, así que decidí quedarme en cama, sin saber que mis días estarían contados.

Decidí dormir, sin embargo, no lo logré, pues mi cuerpo dolía, era como si hubiera recibido golpes en cada músculo de mi cuerpo, tanto, que hasta la punta de los dedos me causaba dolor.

19 de marzo.

¡Dios mío! Hoy ha sido uno de mis peores días.

La fiebre está acabando conmigo, mi cerebro se consume poco a poco, pero lo peor viene cuando llegan las malditas alucinaciones, la verdad es que ya no logro distinguir entre mi realidad y mi fantasía, a veces ni siquiera puedo reconocer si estoy vivo o no.

Hoy vi a Elizabeth, mi pequeña Elizabeth, pero todo se tornó en una horrible pesadilla, ella me torturaba y me causaba tanto dolor, como si desmembrara hasta el último pedazo de mi cuerpo. Abrí los ojos e inmediatamente las lágrimas comenzaron a brotar, pues ha pasado tanto tiempo y aún te extraño, Elizabeth. Recuerdo tu rostro, tu figura, tus gestos, tu cabello y tu piel tan suave; te recuerdo de la mejor manera.

20 de marzo.

¿Qué día es hoy? ¿Por qué hace tanto frío? ¿Cómo llegué aquí? ¿Qué fue lo que pasó? ¿Elizabeth, eres tú? ¡Por favor ven! ¡No te vayas! Tengo miedo, mi cuerpo está caliente, y el dolor de cabeza es insoportable, ni siquiera logro controlar el llanto.

Recién desperté y los doctores dijeron que estaba loco e incluso algunos se atrevieron a decirme que no eras real y que nada de lo que decía era verdad, sino una alucinación causada por la enfermedad. No entiendo qué sucede, pero no paro de llorar, pues estoy desesperando ante esa idea, yo te vi crecer, te vi andar, y te vi morir, te tomé de la mano, acaricié tu cuerpo, tu rostro y hasta tu cabello ¡Y estos idiotas se atreven a decirme que sólo eres una alucinación! ¡Deberían morirse e irse al infierno! Me llena de rabia escucharlos hablar, pero ya verán, cuando logre salir de esta maldita cama, iré a buscar tu cuerpo y te daré la despedida que merecías… Mis ojos comienzan a cerrarse, trato de evitarlo, pero no puedo, es como si mi alma pidiera a gritos poder salir de mi cuerpo. ¡No me puedo ir sin antes irte a buscar! ¡Te encontraré! ¡Lo prometo!

Mi querida Elizabeth, te amé tanto en vida, y ahora será en muerte. Se siente como el final…

Integrantes:
Quiroz Nava Pamela. pammquiroznava@gmail.com Nava Cruz Daniel Iván: danielivanava@gmail.com

Asesores:
Ortiz Camargo José Luis (Física) jose.ortiz@enp.unam.mx
Roberto García García (Geografía) roberto.garcia@enp.unam.mx
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